Cuenta la leyenda que en el
año 1895, en un pequeño bosque de Madrid, vivía un terrorífico monstruo. Los
que lo habían visto decían que era grande, del tamaño de un oso, peludo y de
color morado. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos, grandes y azules.
En el verano de ese año, unos niños se fueron de
vacaciones a un camping cerca del bosque. Todas las noches oían ruidos
extraños, que parecían llantos de alguien que estuviese herido, pero los padres
miraban por los alrededores y no encontraban nada. Y así noche tras noche, y
los niños tenían miedo y no podían dormir hasta que el ruido paraba.
Pero la última noche que pasaron en el camping, sucedió
algo inesperado: mientras cenaban vieron una sombra grande que les atemorizó,
parecía el monstruo del que todo el mundo hablaba ese año. Rápidamente se
metieron en las tiendas de campaña. Mientras los padres decidían qué hacer para
ahuyentar al monstruo, éste empezó a dar saltitos y a mover las manos como si
estuviera saludando, también hacía ruiditos graciosos como si quisiera jugar.
Entonces, a uno de los padres se le ocurrió la idea de tirarle una pelota para
asustarle, pero en lugar de eso, el monstruo la cogió y se la devolvió. Otro
niño le tiró un disco y lo atrapó con la boca y empezó a aplaudir. Fue así como
se dieron cuenta de que el monstruo lo único que quería era jugar, y empezaron
a salir todos de sus tiendas y jugaron con él.
A partir de ese día, ya no se referían a él como el
monstruo terrorífico, sino como el “monstruito travieso”.
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